Madrid y el cine: Una ciudad en obras

Dos películas estrenadas al principio de la década de los 60 nos alertaron ya sobre la proliferación de obras en Madrid, unas útiles, otras inútiles, pero en todo caso descoordinadas y muy molestas para los ciudadanos. 

En la comedia melodramática Mi calle (1960) se retrata la historia de una calle de Madrid (básicamente la calle Don Pedro, aunque una buena parte se recreó en estudios) y de sus vecinos. En más de una ocasión, nada más acabar una obra importante en la calzada (por ejemplo, adoquinar y, años después, asfaltar), aparece una brigada de obras del Ayuntamiento a hacer alguna cala:


Mi calle
Mi calle (Edgar Neville, 1960)

La indignación y la impotencia de los vecinos es evidente en los diálogos, por ejemplo en este:

VECINO 1: ¡Eh! ¡Eh! ¡Oiga, pare, hombre!

VECINO 2: Pero hombre, ¡si acaban de asfaltar la calle!

OPERARIO: ¿Y a mí qué me cuenta usted? A nosotros nos han mandado hacer la cala, y la hacemos.

VECINO 1: ¡Pero si acabamos de estrenar el pavimento! ¡No es posible!

OPERARIO: Eso se lo dicen ustedes al alcalde.

VECINO 2: Esperen que vayamos a la alcaldía.

OPERARIO: No puede ser. Tenemos que hacer el agujero enseguida. La orden es la orden: en cuanto asfalten, el agujero.

VECINO 1: ¡Bueno, esto es una vergüenza!


Más obras y otros obstáculos es lo que se encuentra don Anselmo, el protagonista de la excelente tragicomedia El cochecito (Marco Ferreri, 1960), un anciano que, tras superarlos, consigue llegar jadeante a la vaquería de su amigo Lucas, en la calle Cardenal Cisneros:



También se encuentra con obstáculos creados por las obras, esta vez cerca del parque del Retiro, Lorenzo, el protagonista del singular drama Nueve cartas a Berta (1966), cuando va en busca de los recuerdos de Berta, concretamente a la casa que habitaron sus padres antes de exiliarse, en el número 18 de la calle Alfonso XII:


Nueve cartas a Berta
Nueve cartas a Berta (Basilio Martín Patino, 1966)

Pero es en nuestro siglo XXI cuando más presentes se nos hacen las muchas obras que transforman nuestra ciudad, embelleciéndola, reparándola o afeándola, según se vea y a gusto de cada cual. 

La entretenida dramedia Canícula (2002) se desarrolla, como su título indica, en un polvoriento y abrasador verano madrileño. Esta solía ser la época preferida para llevar a cabo obras en las calles (ahora lo es todo el año), y los personajes están continuamente lidiando con las obras de toda la ciudad, como estas de la calle Embajadores:


Canícula
Canícula (Álvaro García-Capelo, 2002)

También hace buen tiempo cuando Blanca y Bárbara, sobrina y tía, pasean por Madrid en su búsqueda de un hombre del que la más joven se ha enamorado. En la comedia Enloquecidas (2008), las continuas obras en las calles parecen subrayar los obstáculos que ambas mujeres se encuentran en sus pesquisas (y quizá también aumentar su grado de enloquecimiento).

Hay obras, por ejemplo, en la calle Santiago, cerca de la iglesia del mismo nombre:


Enloquecidas
Enloquecidas (Juan Luis Iborra, 2008)

Igual ocurre en la plaza del Cordón, a cuyo número 2 acuden repetidas veces, pues en uno de sus pisos (que está en venta) vive una anciana pareja que tiene una foto del hombre al que buscan:


Enloquecidas
Enloquecidas (Juan Luis Iborra, 2008)

Las obras no perdonan ninguna zona de Madrid. Pocos años después, el experimento cinematográfico Los ilusos (2013) nos muestra la calle Santa Isabel intransitable, con su mercado y su Filmoteca rodeados por las ubicuas vallas de obras:


Los ilusos
Los ilusos (Jonás Trueba, 2013)

Pero queda una de las más infames obras que se han hecho en la ciudad en las últimas décadas: la que afectó a la zona de la plaza de Canalejas y su conexión con la calle Alcalá. Uno de los mayores desaguisados, la desaparición del interior del antiguo Banco Hispano Americano para su reconversión en un hotel de lujo y una galería de lo mismo, y el aumento de superficie del noble edificio con dos pisos de horribles recrecidos que, si bien desde la acera del propio edificio no se aprecian, se ven perfectamente desde muchos puntos de la ciudad. En el thriller El asesino de los caprichos (2019), no muy original pero entretenido y bien realizado, que narra la investigación sobre un asesino en serie que recrea grabados de Goya (los de su serie de los caprichos) en sus asesinatos, vemos a la derecha el edificio tapado por las redes de obra:


El asesino de los caprichos
El asesino de los caprichos (Gerardo Herrero, 2019)

Por si no bastaran las obras en demasía que atestan la ciudad, algunos imaginan nuevas obras para desarrollar sus tramas. En la comedia La pandilla de los once (1961), una de las muchas parodias de las películas de gángsteres estadounidenses que se hicieron en esa década, la intención de los protagonistas es robar el Banco de España, y para ello intentan acceder al edificio desde unas falsas obras en la plaza de Cibeles. 


La pandilla de los once
La pandilla de los once (Pedro Lazaga, 1963)

No sería nada de extrañar que algo similar ocurriera cualquier día de estos. Con tanta obra por todas partes, nadie se va a poner a pedir explicaciones.


El actor estadounidense Danny de Vito, cuando en una ocasión vino a Madrid, se despidió diciendo, irónicamente, que ojalá encontráramos algún día el tesoro. Pues parece que todavía no lo hemos encontrado y que lo buscamos aún con más ahínco.






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