Madrid y el cine: La Casa de Vacas de la Casa de Campo
Sí, existió una Casa de Vacas en la Casa de Campo. Un recinto cuya historia se remonta al siglo XVIII y que hoy está prácticamente desaparecido, pues quedan solo algunos cimientos y una fuente.
Así era en 1932:
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El nombre lo recibió de su primera función de vaquería y lugar de elaboración de productos lácteos. Más tarde, en época de Alfonso XIII, se usó como pabellón de caza para el propio rey y sus invitados, cuando aún la Casa de Campo era un Real Sitio.
Ubicada en un promontorio en el norte de la Casa de Campo, y en el camino entre la ciudad y el Cerro Garabitas, fue testigo de los combates y del asedio a Madrid durante la Guerra Civil. Tras la guerra, poco quedó en pie, pero lo suficiente para reconocerla.
Seguramente por eso, por su estado ruinoso y su valor simbólico, fue un escenario elegido para dos películas de los años 50: Segundo López, aventurero urbano (1953) y La patrulla (1954).
Segundo López, aventurero urbano, la primera película dirigida por Ana Mariscal, es una obra extraña que nos atrapa, más que por su trama o por sus interpretaciones, por sus escenarios, que abarcan partes de la ciudad muy distantes y diferentes. De influencia neorrealista, se rodó casi toda en exteriores, y en ella, a pesar de la ideología de la directora, no se rehúye el Madrid destrozado por la guerra ni la miseria moral y material de la posguerra.
Segundo López, el protagonista, y su lazarillo de Tormes, El Chirri (un adolescente huérfano y pillo que vive de lo que puede), son expulsados de la habitación que tenían alquilada por no poder pagarla. Entre lo poco que queda de uno de los edificios de la Casa de Vacas se refugian. Supuestamente, porque dice David García, hijo de la directora:
La escalera bajo la que se refugian los protagonistas cuando uno de ellos enferma, situada en la azotea de un edificio del Paseo de Moret, es una ruina real de los combates ocurridos en el Parque del Oeste en noviembre del 36 y en la que, en la realidad, vivía un matrimonio con un hijo, entre los agujeros hechos en el forjado por las bombas.
Tendríamos, pues, un caso más de dos lugares, en este caso dos ruinas causadas por la guerra civil, que en el cine aparecen fundidos en uno. Por un lado, esta azotea del paseo de Moret:
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Segundo López, aventurero urbano (Ana Mariscal, 1953) |
Por otro lado, cuando Segundo sale del refugio cuando apenas ha amanecido para buscar dinero o algo de comer para su amigo enfermo, la silueta que vemos es inequívocamente la de la Casa de Vacas:
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Segundo López, aventurero urbano (Ana Mariscal, 1953) |
Después de una escena metacinematográfica rodada en la Casa de Campo (con presencia actoral del director Manuel Mur Oti) en la que la comicidad la pone Segundo intentando trabajar con un equipo de cineastas, vuelve con algo de comida y bebida a los restos de la Casa de Vacas:
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Segundo López, aventurero urbano (Ana Mariscal, 1953) |
En la parte que antes cubría el tejado desaparecido del edificio del Paseo de Moret, Segundo se dispone a dar de comer al Chirri y a calentarlo, y allí lo vemos preparando una hoguera. Desde la azotea vemos una serie de edificios construidos o reconstruidos poco tiempo antes del rodaje:
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Segundo López, aventurero urbano (Ana Mariscal, 1953) |
Justo enfrente, vemos, de izquierda a derecha, el Museo de América, el Hospital Clínico y la Fundación Jiménez Díaz.
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Segundo López, aventurero urbano (Ana Mariscal, 1953) |
Porque, como le dice Segundo al chico:
No se puede vivir sin calor, ¿verdad, Chirri?
Ese calor que Segundo, de origen cacereño y de natural bondadoso, no es capaz de encontrar en la gran ciudad que se lame las heridas, que hurga en ellas o que corre desalada pisoteándolo todo.
La Casa de Vacas de la Casa de campo, o más bien lo que quedó de ella, es un escenario fundamental en la película La patrulla, solo un año posterior, una de las muchas películas anticomunistas de estos años. La primera escena nos ubica en el final de la Guerra Civil, cuando las tropas de Franco ya están entrando victoriosas en la ciudad. Y el primer escenario son estas ruinas, delante de las cuales cinco amigos que han combatido en la misma patrulla se toman una foto:
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La patrulla (Pedro Lazaga, 1954) |
Días después, en un café, cuatro de ellos quedan en verse en ese mismo lugar diez años después.
Unos años más tarde, uno de ellos, Paulino, que no ha conseguido sacar ningún beneficio de su situación de excombatiente -como esperaba hacerlo- pasa por las ruinas de la Casa de Vacas y la contempla:
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La patrulla (Pedro Lazaga, 1954) |
Se mete en una especie de cueva donde se refugian otros dos hombres. La conversación no deja de ser curiosa:
- PAULINO: No muy lejos de aquí debí de andar yo pegando tiros. ¡Pues qué bien! Entonces yo era feliz y tenía más esperanzas que nadie.
- HOMBRE 1: ¡Anda, este, tú y todos! Pero perdimos la guerra, que no es lo mismo que perder un abuelo.
- PAULINO: ¡Allá vosotros! Yo, en cambio, soy de los que la ganaron.
Llegan el final de la película y la fecha señalada para el encuentro de la patrulla. Aunque imagina que la mayoría no va a ir, Enrique, que ha perdido un brazo luchando con los alemanes contra los rusos en la División Azul, acude a las ruinas de la Casa de Vacas. De ellas sale paseando una pareja de novios, pero no hay señales de sus camaradas.
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La patrulla (Pedro Lazaga, 1954) |
Ninguno de sus colegas de patrulla termina apareciendo, pero sí lo hace la hermana de uno de ellos, de la que Enrique está enamorado desde hace mucho tiempo. Pero esta es otra historia...
Ninguna de estas películas es una gran obra, pero las dos rezuman detalles, actitudes y, sobre todo, imágenes, curiosos para el espectador de hoy interesado por la historia de España. Y testimonian el declive de un lugar de Madrid donde hubo alegría, fiestas, leche, vida, y del que probablemente apenas quedan imágenes posteriores a la Guerra Civil.
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