Madrid y el cine: El Madrid que no existía (1)

El tema que tratamos hoy es inacabable por naturaleza. Tenemos cine desde hace más de un siglo y la ciudad, mientras tanto, ha ido transformándose de manera constante.

Hoy solamente vamos a fijarnos en los entornos de dos plazas madrileñas con edificios desde hace tiempo muy representativos de la ciudad, y lo haremos a través de fotogramas de películas de finales de los años 50 y 60. 

Comenzamos con la película Un día perdido (1954), una candorosa comedia protagonizada por monjas (tan presentes en el cine de la época). La cámara mira hacia el comienzo de la calle Bailén y echamos algo de menos en la Plaza de España:


Un día perdido
Un día perdido (José María Forqué, 1954)

Y es que la Torre de España, que hoy veríamos enfrente de nosotros, se comenzó a construir justamente en el año en que se estrenó esta película.


Bajemos la calle Bailén hacia la plaza de España y girémonos para mirar hacia atrás. Si estuviéramos en los años 60, veríamos lo que nos ofrece la siguiente imagen de Oscuros sueños de agosto, una singular película que, aunque con altibajos, tiene momentos muy sugerentes y merece la pena ver. Y en esta perspectiva también echamos algo en falta.


Oscuros sueños de agosto
Oscuros sueños de agosto (Miguel Picazo, 1967)

Se trata, claro, del edificio moderno del Senado, alabado por unos, denostado por otros por el contraste tan fuerte que se establece entre él y los edificios colindantes.

Otra película en la que percibimos la misma ausencia, pero desde la calle Ferraz, es Tiempo de amor (1964). Elvira y Alfonso, los protagonistas de una de las tres historias de la película, son novios desde hace diez años y no van a casarse hasta que él no apruebe unas oposiciones que nunca va a aprobar. Los vemos pasear su tristeza por el comienzo de la calle Ferraz, y al fondo la fachada trasera del palacio antiguo del Senado, con nada delante:


Tiempo de amor
Tiempo de amor (Julio Diamante, 1964)


Y nos trasladamos a otra plaza con mucha presencia en el cine y que ha cambiado muchísimo. Intentemos reconocerla en este primer fotograma de una intrascendente comedia estudiantil (subgénero bastante en boga a finales de los 50 y en los 60):


Pasa la tuna
Pasa la tuna (José María Elorrieta, 1960)

¿Lo tenemos? ¿Hemos reconocido el segundo edificio, el palacete del reloj? Se trata del número 1 del paseo de la Castellana, el edificio que ocupa el banco Crédit Agricole. Si lo has reconocido, te habrás ubicado y sabrás que estamos en la plaza de Colón, pero lo que nos falta son las famosas torres de Colón (antes torres de Jerez). Edificio, como el del Senado, que también causó gran polémica y aun hoy, en proceso de reforma, sigue causándola.

El edificio que vemos de frente era una casa-palacio, un bloque de pisos de 1881 con una forma curva muy suave en el que vivió un tiempo Benito Pérez Galdós (que tantas casas diferentes habitó en Madrid). Era, porque fue lo que se derribó para construir las torres.

Hubiese sido más fácil reconocer el lugar con estas otras imágenes de comedias de los años 50:


El día de los enamorados
El día de los enamorados (Fernando Palacios, 1959)


Los ángeles del volante
Los ángeles del volante (Ignacio F. Iquino, 1957)

También te habrías orientado mejor si te hubiera puesto los dos fotogramas de debajo seguidos, que pertenecen a dos películas de los años 60. En ellos se aprecia bien la torrecilla y el reloj del edificio Crédit Agricole; también podemos leer perfectamente el nombre de la primera empresa propietaria, la aseguradora Omnia, actualmente borrado.


Trotín Troteras

El primer fotograma pertenece al cortometraje Trotín Troteras (1962), un curioso trabajo de prácticas de Antonio Mercero durante sus estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía; el segundo, a la película ¿Qué hacemos con los hijos? (Pedro Lazaga, 1967), una muy desigual comedia pero con un nada despreciable valor sociológico.


Viendo estas viejas películas, pienso en cómo nuestra mirada se va acomodando paulatinamente a lo nuevo, cómo olvidamos con bastante facilidad lo que nuestros ojos vieron durante décadas. Pero ahí tenemos el cine, testigo (no siempre fiel) de nuestro pasado.





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